Carreteras secundarias

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

04 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No voy a escribir sobre las vías que en la España despoblada conducen a ninguna parte, ni acerca de las carreteras ocultas que nos descubren paisajes maravillosos. Voy a contar la crónica de una cacicada que desvió el trazado de una autovía al antojo caprichoso de Manuel Fraga, presidente entonces de la Xunta, que derivó la Transcantábrica, actual A-8, de su proyecto primero, llevándola desde Ribadeo/Reinante hasta su pueblo natal, Vilalba, evitando su recorrido original por la Mariña lucense y continuando por Ortegal para finalizar en Ferrol.

Aseguran que le pidió al presidente Aznar el nuevo itinerario como un favor personal, y, junto con el ministro Álvarez Cascos, inauguraron los diez primeros kilómetros en mayo del 2007. Cinco años más tarde fallecía el viejo ministro de Franco. La modificación del trazado contó con el silencio cómplice de la totalidad de los alcaldes populares del corredor. Es la crónica de un desatino, de un despropósito.

Es, ahora que han pasado veinte años desde la ceremonia de colocación de la primera piedra, cuando narro una cacicada de manual, con todos los componentes clásicos, comenzando con el «síndrome del retornado», del triunfador, que quiere dejar en su pueblo una ofrenda importante para ser recordado, hasta ejercer una muestra de poder que tiene mucho que ver con un comportamiento atávico

Lo cierto es que hoy la autopista, que por sus características trasciende a una autovía Transcantábrica que comienza en Behovia y, tras 486 kilómetros bordeando el mar Cantábrico, pasando por el País Vasco, Cantabria, Asturias y un rincón de Galicia para concluir en Baamonde, evita la lógica de un diseño acordado previamente. Y pese a la instalación de Alcoa en San Cibrao y a la necesidad de una salida por carretera de alta capacidad para su producción de aluminio, aísla asimismo la comarca de Ortegal, con Ortigueira, Cariño y Cedeira como referencias hasta Ferrol.

No pudo ser, Fraga lo impidió y desde entonces la Terra Chá, con capital comarcal en Vilalba, se incorporó de facto a la ruta del Cantábrico. Quedaron para la ignominia las carreteras secundarias, la parte de atrás de la autopista, y la docena de pueblos y ciudades a las que se les hurtó el trazado primigenio comenzaron a languidecer.

Son historias que conviene recordar para que el olvido no destierre la memoria de un tiempo y de un país. Quizá ya nunca pasará la Transcantábrica por donde se desvió a una carretera secundaria.