Veinte años desde que el Dépor acarició la final de la Champions League

Antón Lestón Lago
Antón Lestón REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

MANUEL QUEIMADELOS

El equipo dirigido por Irureta cayó por la mínima contra el Oporto en Riazor el 4 de mayo del 2004

03 may 2024 . Actualizado a las 21:26 h.

El viento y la lluvia no impidieron el ritual de las hormigoneras ni uno de los mejores recibimientos que se recuerdan en un estadio de Riazor en el que no cabía ni un alfiler. Ni el Rey Juan Carlos se lo quiso perder. Normal, el Dépor ya había sorteado los suficientes obstáculos en la escalera hacia la final de la Champions League como para imaginarse que el último escalón iba a ser el que fallase. Tras remontar un 4-1 al Milán y sacar un empate de Oporto pese a la expulsión de Andrade, aquel 4 de mayo del 2004 parecía el día indicado para acariciar la gloria continental.

MANUEL QUEIMADELOS

Pero en una ciudad portuaria como A Coruña, lo de «en martes, ni te cases ni te embarques» parecía enviar una advertencia que acabó convirtiéndose en pesadilla. Todo salió mal. Y, lo cierto, es que no fue una sorpresa. Más allá de lo acaecido en Do Dragão trece días antes, en Riazor no hicieron efecto los ajos ni las meigas. Que Collina no amonestase a Costinha por una patada a la cabeza de Duscher o que Naybet viese una amarilla que lo dejaba sin final a las primeras de cambio confirmaba que la fortuna tampoco se iba aliar con los blanquiazules aquella noche.

Los once que pretendían hacer historia fueron Molina; Manuel Pablo, César, Naybet, Romero; Duscher, Sergio; Víctor, Valerón, Luque y Pandiani. Irureta jugó al despiste avisando en la previa de que irían a por el necesario gol desde el principio. Un tanto que solo rozó Valerón, a la media hora de juego, en la oportunidad más clara de toda la eliminatoria. Una volea a bocajarro tras una segunda jugada que se escapó unos milímetros del palo izquierdo de Víctor Bahía. Derlei dio la réplica al inicio del segundo tiempo tras un gran pase de Deco y el brasileño transformaría el penalti provocado por César que aún hoy causa debate en A Coruña, más por el dolor causado que por las dudas del impacto. Sería el 0-1 definitivo. 

KOPA

El puñetazo a Scaloni en el área rival o el remate demasiado cruzado de Pandiani no hicieron más que acentúar las lágrimas de los más de treinta mil deportivistas que intuían, sin quererlo, que aquello era algo más que una buena oportunidad perdida. Con el paso de los años se convertiría en irrepetible y, hoy, en uno de los peores momentos de la historia del club, no es más que un recuerdo tan hermoso como imborrable de los que, aunque lo nieguen, se están haciendo mayores.