Mar Romera, maestra especialista en inteligencia emocional: «Son mucho más inseguras las familias que la calle, el 90 % de los abusos suceden en casa»

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«Sobreprotegemos, sobreestimulamos, sobrerregalamos e hiperconectamos a los niños», asegura la experta, que dice que «queremos mimar tanto a nuestros hijos que los inutilizamos»

04 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Maestra, licenciada en pedagogía y en psicopedagogía, especialista en inteligencia emocional y autora de diversos de libros dedicados a la escuela, la infancia y la didáctica activa. Ella es Mar Romera (Heidenheim, Alemania, 1967), que pasó por los Encontros Familia-Escola de Vagalume en O Barco de Valdeorras. Su conferencia versó sobre El valor de elegir y la emoción de vivir, «sobre la posibilidad de hacerse preguntas para reflexionar sobre cómo, para qué y por qué educamos a nuestros hijos».

 —Y lo estamos haciendo mal...

—Quizás yo no me atrevería a decir que lo hacemos mal, pero sí que en ocasiones podemos hacerlo mejor.

 —¿En qué podemos mejorar?

—Nuestra incertidumbre y nuestro miedo ante todas las circunstancias que estamos viviendo hacen que sobreprotejamos a nuestros hijos, que los sobreestimulemos, que los sobrerregalemos y que los hiperconectemos. Estos cuatro elementos no son nada positivos para permitir el desarrollo integral de una persona. Queremos mimarlos tanto que los inutilizamos.

 —Es dura la frase.

—Sí.

 —¿Qué nos llevó a hiperprotegerlos? Las generaciones anteriores vivíamos en la calle, y ahora no.

—El ser humano es el único mamífero superior capaz de emocionarse con la imaginación. Los medios de comunicación, en todos los sentidos, también las redes, de alguna manera construyen nuestros propios miedos. Por ejemplo, cuando raptan a un niño, que no pasa nunca o prácticamente nunca, nuestro cerebro lo ve mil veces en los distintos medios, con las diferentes opiniones... Lo registra como si fueran mil secuestros, no como uno contado mil veces, lo que hace que aumenten nuestros miedos y pensemos que la calle es muy insegura. Y es mentira. Son muchísimo más inseguras las familias, porque el noventa y tantos por ciento de los accidentes, de los abusos y de los malos tratos de los niños suceden en casa. Y sin embargo, esto no se cuenta así. ¿En cuántos coles ha surgido el rumor de que hay una furgoneta blanca? Y es una pasada, porque nunca existió, pero se ha visto en todos los coles. Esto genera miedo, y como es lo que más quieres como madre y como padre, sobreproteges sin más.

 —Los metemos en casa, pero les damos un móvil o una tableta que los conecta con el mundo...

—Una hiperconexión irreal. Además, los sometemos a juegos virtuales, en línea y en pantalla desde muy temprana edad. Aunque pensemos que son juegos didácticos para aprender los colores, da igual. Esto está destrozando lo que se denomina el circuito dopaminérgico, el circuito de recompensa, y estamos llegando a problemas importantes, como ahora sabemos de salud mental, por una cuestión de no haber contribuido a un desarrollo equilibrado del cerebro. No hay más motivo moral que ese.

 —Pero no siempre es una decisión de los padres. También en los coles hay muchas pantallas...

—Bueno, también las hay. Pero la responsabilidad cuanto menos es compartida, entre otras cosas porque son las familias las que han solicitado que los coles tengan esas pantallas, y los coles guais eran los que estaban hiperdigitalizados.

 —Hay cierta tendencia a lo contrario, ¿no? Igual que hubo la apuesta por los centros bilingües [o plurilingües] y ahora hay coles que están dando marcha atrás porque no funciona...

—Es que somos así de radicales en España. No es que el bilingüismo o el trilingüismo sean malos, sino que el método de orientación era sencillamente un desastre. Esto ya lo sabíamos antes.

 —¿Hay una barrera para las pantallas? ¿Cuándo hay que introducirlas?

—Es fácil, la regla del tres. Un peque hasta los 3 años no debería saber que las pantallas existen. Pero si no existen tampoco su mamá o su papá las utilizan en casa y, si lo hacen, a puerta cerrada. Porque ha sido un timo esto de la conciliación y el teletrabajo, el timo de la estampita. No se ha conciliado nada, le hemos jodido la vida a los niños. Como siempre.

 —¿Son los peor parados del teletrabajo?

—Siempre, siempre. Están mejor atendidos los perros y las mascotas que los niños. Hasta los 3 años las pantallas no existen, no las deberían ver bajo ningún concepto. De 3 a 6 años, las pantallas aparecen, pero en una estructura de consumo social, es decir, podemos ver unos dibujitos o una peli, siempre en grupo. De 6 a 9 (o hasta los 12), si hay pantalla individual nunca debemos utilizar ningún tipo de juego con feedback, ni didáctico ni no didáctico.

"El teletrabajo es el timo de la estampita. No se ha conciliado nada”

 —¿En línea?

—En línea y sin ser en línea. A un pequeño que juega en una aplicación donde tiene que colocar triángulos en triángulos, y cuadrados en cuadrados, y que cuando termina de hacer eso salen estrellitas de colores, estamos jorobándole absolutamente, porque existe una estructuración a nivel cognitivo de lo que supone el juego y de lo que supone el circuito recompensa y el circuito dopaminérgico, y estamos haciéndolo mal.

 —¿Por qué?

—Porque es lo que crea la adicción. Tú el primer día echas una moneda en la máquina de un bar, y te salen monedas, y tu cerebro se pone hipercontento. Al día siguiente, echas una moneda y te salen las mismas monedas, y ya estás menos contento; y al tercer día necesitas, que te salgan el triple. Igual que si te tomas una copa, al día siguiente necesitas dos, y al siguiente, tres. Se atrofia el sistema dopaminérgico de recompensa, creando adicción y confundiendo placer y felicidad.

 —¿Y a partir de los 12 años?

—A partir de los 12 entramos en un diálogo con el mundo de lo social en pantallas, pero por supuestísimo siempre tutorizado, siempre acompañado. ¿Tú dejarías a tu hijo solo con 12 años en una ciudad desconocida con miles de personas desconocidas? No. Si no lo haces en la calle, ¿por qué sí en redes sociales?

 —Pero los de 12 van con el móvil en la mano...

—Sí, y de 9. Yo no quiero hacer juicios de valor. Yo lo que hago es establecer una serie de reflexiones que nos permiten hacernos preguntas como adultos.

 —Para quien quiera reflexionar sobre eso porque tiene un hijo que todavía es ajeno a las redes, ¿cuándo han de llegar a ellas?

—Esto no va de: «Hola, hoy es el día en el que puedes entrar en redes». Va de construir un pensamiento crítico, de hacer un acercamiento familiar a las redes antes de hacerlo individualmente, esto va de procesos. ¿Por qué no podemos tener un Instagram de la familia antes de tenerlo de forma individual? No es: «El día que cumples los 14 te damos el pin para entrar en Instagram».

 —¿Nos estamos saltando esos procesos?

—Claro. Procesos que desarrollan un pensamiento crítico.

 —¿Reciben demasiados regalos los niños de hoy en día?

—Están hiperregalados. Tienen absolutamente todo antes incluso de que les toque, lo que les lleva a no necesitar o desear nada.

 —¿Por qué caemos en ese error?

—Porque hemos confundido placer con felicidad. De esto se han ocupado todos aquellos que nos venden algo que podemos consumir.

 —En tu casa no entraban los catálogos de cientos de páginas de juguetes en Navidad...

—En mi casa pasa como en todas... Ahora mis hijas tienen 24 y 28 años, y he hecho cosas bien y cosas muy mejorables, como todo el mundo. No soy ejemplo de casi nada. Hemos hecho cosas diferentes, pero evidentemente también se aprende con el tiempo. Entran catálogos, piden regalos y, si son las dos únicas nietas y sobrinas, pasa lo que pasa... Lo que pasa es que también hay una cultura del ahorro, del cuidado, una serie de valores que están intrínsecos en cada familia que, evidentemente, se comportan como el verdadero bastidor de la crianza.

 —Si una madre primeriza te pide tres consejos, ¿cuáles le darías?

—Va a sonar muy mal, pero le diría: «Cómprate el libro Educar sin recetas y léetelo». Porque, entre otras cosas, en el mundo de la educación no hay recetas elaboradas, hay un mundo de corazón, de imaginación y de mucho amor. Y entonces, yo nunca le daría las tres mismas recetas a dos madres, porque a una le tengo que comentar que es fundamental educar dentro de unos límites y a otra le tengo que comentar que es fundamental dejar que se rompan los límites, porque no hay dos familias iguales.